Historias brutales de pobreza, violencia y "represión" por la crisis política hondureña son las que cargan a cuestas varios de los migrantes centroamericanos que viajan en una caravana que recorre México y que ha enfurecido al presidente estadounidense Donald Trump.
Cinco de esos migrantes conviven en una improvisada canchas deportiva de una comunidad del empobrecido estado sureño de Oaxaca y contaron a la AFP su odisea.
- Una oportunidad de los ricos -
Oscar Dalis es un salvadoreño de 38 años que por segunda vez intenta llegar a Estados Unidos y habla amargamente cuando se le pregunta sobre el presidente estadounidense Donald Trump: "Él desde pequeño tuvo todo, pero nosotros, los pobres, necesitamos la oportunidad que los 'gringos' ricos nos quieran dar".
Dalis está decidido a cruzar legal o ilegalmente a Estados Unidos.
"Yo me quiero ir p'arriba, si Dios me lo concede. En mi país no hay trabajo y por la violencia no se puede vivir", relata.
No confía en la visa de tránsito que ofrecen autoridades migratorias. "Los mexicanos son muy transas (tramposos)", dice.
Con enojo recuerda que hace dos años consiguió llegar a Estados Unidos. Le pagó a un "pollero" (traficante de personas) 5.000 dólares que su madre le dio tras hipotecar la casa.
"Pero me estafaron, luego luego que entré me echaron, el pollero me engañó", denuncia.
- "Los mareros me sacaron de mi casa" -
Carol Torres, hondureña de 26 años, observa retadora quién se acerca al improvisado campamento de migrantes instalado en unas canchas de fútbol de la comunidad oaxaqueña de Matías Romero.
Su mirada permanece fija en un punto a la distancia, pareciera estar afectada emocionalmente.
El 3 de marzo "los 'mareros' me sacaron de mi casa y luego me echaron del país, me sacaron hasta la frontera. Me los envió mi marido. Él me maltrataba mucho", relata.
Atrás, con su esposo, se quedaron sus hijos de cinco y nueve años.
Su destino es Tijuana, fronteriza con San Diego, Estados Unidos. No conoce a nadie allí pero confía en qué conseguirá un trabajo. "Yo no tengo el sueño americano porque el presidente de ahí es un hijo de puta que no quiere a los migrantes".
- Denuncias de persecución política -
William Gómez, hondureño de 24 años, denuncia que el presidente Juan Orlando Hernández, electo en unos cuestionados comicios a finales de 2017, ha lanzado una "ola de represión" y dice temer por su vida.
"Le está pagando a la policía para que mate a los que no estamos con él. Uno mejor decide venirse a México por si hay trabajo aquí o allá arriba (Estados Unidos)", relata.
Trabajaba en el campo, asegura que es capaz de conducir cualquier maquinaria pesada, pero el trabajo es poco, el precio de los alimentos se dispara y necesita dinero para ayudar a su madre, que sufrió una doble amputación.
También con gesto de enojo, reclama a Trump: "Los que vamos aquí somos trabajadores, no somos asesinos, no somos secuestradores, no somos como él piensa, que abra pues las fronteras. Vamos catrachos (hondureños), salvadoreños, de Nicaragua, chapines. Todos tenemos un sueño, lo que él piensa no es así".
- "Que nos dé chance" -
Henry Benítez también es de Honduras, donde vendía golosinas en el transporte público. Es un comerciante nato y orgulloso muestra la "tiendita" que ha montado. Sobre una manta, cerca de donde numerosos niños juegan felices a pleno sol, exhibe su mercancía: cigarros, galletas, dulces, frituras.
"Una vez me decidí a charolear (pedir) un dinero. Un señor me regalo 50 pesos y me dijo que lo utilizara en algo, que no lo fuera a gastar en algo malo", relata entusiasmado para luego explicar detalladamente cómo empezó comprando dos cajetillas de cigarros que vendía sueltos hasta obtener su modesto stock.
"Hago un llamado al presidente de Estados Unidos, que nos dé chance (oportunidad), que no hable mal de uno, porque todos somos seres humanos, todos somos hijos de Dios, él es de carne y de hueso igual a nosotros", pide.
- A pesar de Trump... -
Génesis Graciela es una hondureña de 18 años. De rostro aniñado y cuerpo menudo, arrulla sin cesar a su bebé de un mes mientras espera que migración concluya el trámite de sus documentos.
A los 15 años salió de Honduras "porque el país está pobre y no hay trabajo". Llegó a vivir en Tapachula, localidad mexicana fronteriza con Guatemala, donde trabajaba y llevaba una vida relativamente tranquila, aunque el salario no le daba para mucho.
Separada de su pareja y con un recién nacido, decidió emprender el camino hacia la frontera norte de México. "Nunca había querido pasar a Estados Unidos pero esta vez sí lo quiero intentar por mi hijo, aunque sé que va a correr un poco de riesgo porque está chiquito", relata.
Primero espera llegar en autobús a la frontera noroeste de México y de ahí esperar la oportunidad para llegar hasta Nueva York, donde tiene familia que promete ayudarla. "Pero ahora como está Donald Trump, llegaré a Tijuana, me quedaré a trabajar un tiempo".